¡Qué puntazo! ¡Qué pasada! ¡Qué maravilla! Espontáneamente me arranqué en un aplauso de esos que salen desde dentro, como cuando estuve en mi primer concierto de AC DC, bajo el embrujo de la guitarra mágica del mítico Angus; o como cuando asistí a mi primer espectáculo de flamenco, y pude sentir el arte y la raza que traspasan las tablas, y se clava directamente en el corazón. ¡Qué belleza!
Así fue mi aterrizaje. Y eso que no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Volar es un momento único en la vida de una persona. Es un desafío a todas las leyes de la gravedad cuando tu propio cerebro, a pesar de la costumbre, todavía te dice que aquello no es posible. Es un romper con un montón de miedos. ¡Y qué bien sienta hacerlo!
Me subí a la avioneta con evidentes signos de nerviosismo. Mi corazón parecía luchar por encontrar espacio en mi cuerpo, y el sudor frío de mis manos delataba mi ansiedad. Arturo me tranquilizó. Se trata de un piloto experto que vive entre Alaska y Teruel manejando este tipo de aeronaves. Su sola presencia ya sirve de bálsamo. Imaginaos las situaciones límite a las que tiene que hacer frente en Alaska, donde las condiciones para volar nunca son las ideales. ¡Estaba en las mejores manos, sin duda!
Después de explicarme para qué servían todos los dispositivos que vi en el cuadro de mandos del avión, Arturo comprobó que todos los controles estaban en orden. En voz alta. Como si fuera una misa, nuestra misa. Y arrancamos el vuelo. Casi sin darme cuenta. De manera suave, bonita… Cuando alcanzamos la altitud que queríamos, unos 100 metros, mis manos dejaron de sudar, y mis latidos se acompasaron en una melodía que sonaba a bienestar, a comodidad, a armonía. Y empecé a saborear el dulce del vuelo. Y marqué distancia con lo que tenía allá abajo, porque allá arriba pierdes la perspectiva. Las referencias son otras. Y llegó el premio. En forma de imágenes.
Paisajes naturales tan hermosos, que hicieron que me enamorara de esta tierra (más aún) tan bella como desconocida. Y me dejé seducir por la luz. Y amé más que nunca el aire, las montañas, los bosques, la paz y las emociones. Envidié a los pájaros, que ven la vida con la perspectiva de su horizonte ampliado. Y me sentí feliz. Muy feliz. Tanto, que no quería que acabara.
Como si de una tableta de chocolate se tratara, fui relamiendo despacito las vistas de la sierra de Albarracín, inmensa, y el propio pueblo de Albarracín, más hermoso si cabe desde allá arriba; las impresionantes dolinas que socavan el terreno; el castillo de Peracense, que emerge imponente desde la propia roca; el increíble paisaje de Gúdar-Javalambre con sus peculiares sabinas rastreras; las formaciones arcillosas de Barrachina y de las tierras de Alfambra, más rojas que nunca; más bonitas que nunca también. Y esa Peña Palomera, tan de aquí, que sobrevolamos rozándola, en un intento de saludar a las cabras que la habitan..
Pero el chocolate se acababa, y yo dosificaba con gusto sus últimas porciones, sin querer evitar el atracón. Y entonces aterrizamos. Casi sin darme cuenta. De manera suave, casi bonita….
No hay adrenalina en este tipo de vuelos. En cambio, encontraréis dulzura, paz, belleza… Os animo a todos a vivirlo, porque la experiencia permanecerá en vuestro recuerdo para siempre.
¡¡Lámanos!! 625 32 24 32
PRECIOS
Vuelos. 15 minutos 90€
30 minutos 115€
45 minutos 170€
60 minutos 220€
DESTINOS
Parque geológico de aliaga 60 minutos de vuelo
Sierra de Gudar 60 minutos
Sierra de Albarracín 45 minutos de vuelo
Castillo de Perancense 30 minutos de vuelo
Vuela por el valle 15 minutos de vuelo